En un mítico bar, en una imprecisa dirección cercana a la esquina de Córdoba y Pueyrredón (conocido por ser la sede del grupo Odradek), mutado a nuevo, quedó de la vieja fachada, el mismo chorro de agua que excreta el aire acondicionado, sobre la mitad de la vereda. El arquitecto que se ocupó de la renovación, dejó el efecto carnaval anterior, sin inmutarse. Una, sentada en la ventana, puede ver circular a la gente, recibiendo algún goterón con suerte diversa. Pero, llevando estadísticas y estando entre las damnificadas, puedo asegurar que el aparato, goza de calculada malicia y elige específicamente y con gran puntería a las personas que usamos anteojos, porque desde que tengo memoria, nos ataca y consigue su objetivo, dándonos de lleno en los vidrios, sabiéndonos distraídos. Los mozos que atienden, deben preguntarse desde hace años, qué significan esas rayitas verticales que suelo dejar en las servilletas. Verticales son aciertos, horizontales, fallos. En mi caso, porque cuando paso, no puedo evitar estar mirándola, a ver a dónde va a hacer saltar el misil, y no hay caso, me estampa ese salivazo que rebota en el borde del anteojo y me obliga a estar limpiándolo. No me siento sola como víctima, pero eso no me consuela.